Alejandro Mario Fonseca
Me acuerdo muy bien, fue a fines de
los años 70. Caminaba por la avenida Juárez de la Ciudad de México y compré en
un puesto callejero tres libros. Dos de Mao Tse Tung, el Libro Rojo y Poemas de Mao Tse
Tung; el tercero fue una edición popular cubana de Poesía de Miguel Hernández.
Después de 50 años todavía conservo
el libro de Miguel Hernández, los de Mao no sé dónde quedaron. Se trata de una
edición del Instituto Cubano del Libro, que a pesar de los años y de su bajo
costo se conserva muy bien.
La portada es espléndida, un
fragmento del Guernica de Pablo
Picasso y el contenido: 410 páginas de la obra completa de Miguel Hernández. La
presentación de Juan Marinello es envidiable:
La vida
breve y dolorosa de Miguel Hernández (1910-1942) es la más exacta cifra de su
pueblo. Ninguno de sus más grandes contemporáneos se le empareja en esta
diputación que es como un ilustre y duro destino. Leer este libro es apresar,
en el tránsito de un hombre, todo el quehacer terco e invencible de su gente.
La poesía de
Miguel Hernández expresa profunda y radicalmente el dramático momento que vive
su autor porque es, más que ningún poeta de su día, porción sangrante de la lucha secular en que participa.
El pueblo
español, recio, poderoso, invulnerable, contiene reservas invencibles que no
pueden manifestarse sino por la palabra exaltada y tajante. En la medida en que
la vieja rebeldía acogotada muestra sus fuerzas, los grandes creadores alcanzan
una intensidad y una clamorosa virtud que no se conocen por otras tierras. El
poeta de Orihuela es, su plural resonancia, un caso solitario por directo y
fiel…
Poeta
generoso y luminoso
Su gracia
es, como la del Romancero, sobria y a punto, espontánea y certera. El hallazgo
en el decir y en imaginar nacen de la misma sustancia creadora y como su
movimiento esperado. Poesía de carne y hueso –de carne ansiosa y de hueso
calcinado-, logra un dibujo neto y erguido en que la voluntad elocuente llega a
lo impasable.
Y si con esta presentación de
Marinello no bastara, veamos lo que el Nobel de literatura Pablo Neruda dijo de
Miguel Hernández:
Recordar a
Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es
un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos
como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los
azahares de su dormida tierra.
No tenía
Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una
luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta
materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera.
¡Y éste fue
el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y
siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio,
enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz!
¡Dársela a
golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una
gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!
Siguiendo el
ejemplo de nuestro Presidente Andrés Manuel López Obrador
Ahora que a nuestro Presidente Andrés
Manuel López Obrador le dio por la poesía, recitando a Ernesto Cardenal, le
tomo la palabra. No hay nada mejor que la poesía, la poesía revolucionaria,
para expresar los sentimientos más profundos de todo aquel que quiera
contribuir con el progreso de su pueblo.
Seguramente usted ha escuchado alguna
vez a Juan Manuel Serrat, Miguel Hernández es el título de
su noveno álbum que grabó en 1972 con la compañía
discográfica Zafiro/Novola. En él musicaliza poemas del poeta
oriolano Miguel Hernández con arreglos de Francesc Burrull.
Todas las letras son de Miguel
Hernández. Las músicas son autoría de Serrat, a excepción de las “Nanas de la
cebolla”, con música de Alberto Cortez. Usted puede conseguir una edición
moderna del disco en la librería Gandhi.
Y ya para terminar esta colaboración,
otro regalito navideño: una de las poesías que más me gustan de Miguel
Hernández:
Yo no quiero más luz que tu cuerpo
ante el mío
Miguel
Hernández
Yo no quiero más luz que
tu cuerpo ante el mío:
claridad absoluta, transparencia redonda.
Limpidez cuya extraña, como el fondo del río,
con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda.
¿Qué lucientes materias
duraderas te han hecho,
corazón de alborada, carnación matutina?
Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.
Tu sangre es la mañana que jamás se termina.
No hay más luz que tu
cuerpo, no hay más sol: todo ocaso.
Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente.
La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso.
Tu insondable mirada nunca gira al poniente.
Claridad sin posible
declinar. Suma esencia
del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre.
Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia
acercando los astros más lejanos de lumbre.
Claro cuerpo moreno de
calor fecundante.
Hierba negra el origen; hierba negra las sienes.
Trago negro los ojos, la mirada distante.
Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.
Yo no quiero más luz que
tu sombra dorada
donde brotan anillos de una hierba sombría.
En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,
para siempre es de noche: para siempre es de día.
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Posdata: Había pensado dedicar esta
tarde de domingo (15/12/19) a comentar el affaire
de la periodista Anabel Hernández con el otrora poderoso jefe policiaco
Gerardo García Luna, hoy caído en desgracia.
Hace tres días intenté conseguir el
libro en cuestión, El traidor,
editado por Grijalbo, pero está agotado. Además ya estamos en fiestas
decembrinas y nada mejor que solazarnos con un poco de poesía. Ya en enero
seguiremos con la crítica política mexicana, que se pone candente. ¡Felices
fiestas!
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