Alejandro Mario Fonseca
Cualquier enciclopedia nos dice lo mismo, bueno casi, sobre
Las Cruzadas: que se trató de una serie de guerras
religiosas impulsadas por la Iglesia católica durante
la Edad Media.
Dichas campañas militares tenían como objetivo declarado
recuperar para la Cristiandad la región del Cercano
Oriente conocida como Tierra Santa, la cual se encontraba bajo
el dominio del Islam.
Otras expediciones
armadas con el propósito de conquistar territorios musulmanes previamente
cristianos, como en España, de implantar el cristianismo, como
en Prusia, o incluso de suprimir por la fuerza movimientos contra el poder
de la Iglesia, como en el sur de Francia.
Las cruzadas del Mediterráneo Oriental, las primeras a las
que se les aplicó este nombre, fueron llevadas a cabo por señores feudales y
soberanos de Europa Occidental, sobre todo los de la Francia de
los Capetos y el Sacro Imperio Romano, pero también de Inglaterra y Sicilia,
a pedido del Papado y, en principio, del Imperio de Oriente.
Tuvieron lugar durante
un período de casi dos siglos, entre 1096 y 1291, llevaron al
establecimiento efímero de un Reino cristiano en Jerusalén y la conquista,
temporal, de Constantinopla.
También las guerras con sanción religiosa en España y Europa
Oriental, algunas de las cuales culminaron en el siglo XV, recibieron la
calificación de Cruzadas por parte de la Iglesia. Se enfocaron
en la lucha contra los gobernantes musulmanes de territorios
españoles, contra los eslavos y bálticos paganos (prusianos
y lituanos sobre todo) y en algún caso contra el Imperio Oriental o los otomanos.
El silencio de Dios y
la palabra del Papa
En muchos casos, las cruzadas fueron causa de persecuciones
contra los judíos, cristianos ortodoxos griegos y rusos.
Los participantes de las cruzadas, conocidos como cruzados, tomaban votos
religiosos de manera temporal y se les concedía indulgencia por
sus pecados.
Bueno, está bien la explicación religiosa puede satisfacer a
muchos, pero ¿por qué tantos muertos en el nombre de Dios? Veamos algunos datos
al azar. En 1099, durante la caída de Jerusalén: 70.000 musulmanes y 10.000
judíos muertos.
En 1291: 100.000 cristianos muertos después de la caída de
Acre y en la caída de Antioquía: 17.000 masacrados; etcétera. Y lo peor, estas
cifras tan solo hacen referencia a
las Cruzadas en Tierra
Santa. Y todavía peor, se trata de cifras muy discutibles.
Sin embargo, el máximo líder de la Iglesia Católica, el Papa Juan Pablo II, ordenó a fines de 1999 que se incluyeran Las Cruzadas
en el vasto perdón que pediría la Iglesia al comenzar el tercer milenio.
Qué bueno, la declaración del Papa reveló mucho coraje,
porque impugnó un movimiento que ocurrió hace tanos siglos, que se había petrificado
en mitos difíciles de corregir.
Las Cruzadas fueron contadas y cantadas en tono de epopeya,
exaltadas por la huracanada fe de sus protagonistas, justificadas por los beneficios
económicos, políticos y culturales que brindaron a Occidente. Y a poco no,
hasta nuestros días se siguen usando los vocablos cruzada y cruzado para
designar objetivos altruistas.
Así que la Santa Sede reconoció el fondo atroz que aparece en
las investigaciones históricas pero no registra el imaginario colectivo. Miles
de cruzados fueron al combate con consignas de un fanatismo que encubría
pasiones abominables.
El trasfondo económico
Con la excusa de liberar el Santo Sepulcro se entregaron a la
rapiña y el asesinato gratuito. Ese festín maligno no puede ni debe ser
respaldado por el alma de un cristiano decente. Por eso el Papa fue terminante
en pedir perdón. (Cfr. La Nación; 4/12/1999).
Y otra vez, sin embargo, con todo y el perdón pedido y no concedido
por todos, la explicación del por qué tanta violencia en el nombre de Dios,
sigue sin convencernos a muchos y para
ello están los trabajos de científicos interdisciplinarios.
Por ejemplo, para Bárbara Ward y René Dubos, está muy claro
que para el siglo XVII, ya existía en la sociedad humana un inmenso acervo de
conocimientos en base a miles de años de observación y de aplicación práctica.
En la India y sobre todo en China el avance técnico era tal,
que el primer objetivo de los mercaderes europeos fue la eliminación de los
intermediarios árabes, para comerciar directamente con ellos. (Cfr. Ward,
Bárbara y Dubos, René; Una sola tierra;
Fondo de Cultura Económica; 1974).
Y esta explicación que nos dieron estos pioneros de la ecología
desde 1974, y que utilizaron para explicar la Revolución Científica del siglo
XVII, sigue siendo válida hasta nuestros días; y sigue explicando la mayoría de
las guerras, ya sean “santas” o en nombre de “la libertad y la justicia”.
Pero bueno, no nos pongamos dramáticos y mejor veamos las
cosas desde un punto de vista cultural, estético; y liguemos además el tema con
la Peste y con la pandemia actual del
Corona Virus.
El séptimo sello de
Bergman
La plaga avanza,
implacable, por todas partes y el desconcierto y la desesperanza empiezan a
reinar. También la rapiña, la violencia y el cinismo. Pero la vida sigue
adelante: hay fiestas, hay amor, los niños crecen, un artista pinta, unos
actores salen a entretener al público.
No hay redes sociales discutiendo si se están
tomando las medidas necesarias o no, porque estamos en la Suecia feudal, en la
época de las cruzadas, cuando el joven caballero Antonious Block regresa del
campo de batalla al lado de su claridoso escudero (¿o bufón?) Jons (Gunnar
Björnstrand), con rumbo a su castillo en donde lo espera su mujer, a la que no
ha visto en diez años.
Se trata de El
séptimo sello (Suecia, 1957), decimoséptimo largometraje de
Ingmar Bergman (1918-2007) y el primero en ser protagonizado por quien sería
uno de sus actores emblemáticos, el recién fallecido Max Von Sydow, que con
este papel –apenas el quinto en una filmografía que sumó más de un centenar de
cintas en Europa y Estados Unidos– ganaría una reputación internacional que no
perdería jamás.
Además de su gran humor,
lo más interesante es que Bergman subraya sin demasiada sutileza el tema
central del filme –el silencio de Dios–, que se convertiría en el motivo
dramático por excelencia en buena parte de su cine en los años por venir. (Cfr. Ahí viene la plaga, de Ernesto Diezmartínez; 31/3/ 2020; en Letras Libres).
Por favor, ahora que se alargó la cuarentena, no deje de ver
esta escalofriante y hermosa película de Bergman, está gratis en You Tube de Internet: me lo va a
agradecer.
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