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Alejandro Mario Fonseca |
Amable lector, sucede que estoy aburrido, consternado o
desesperado; no lo sé. Lo cierto es que me da flojera (“hueva” dirían los
jóvenes) con el acontecer local, estatal y nacional.
Sucede que al Presidente AMLO ya se le rayó el disco y sólo
habla de sus enemigos los conservadores; en el orden local, aquí en San Pedro
Cholula no sucede nada interesante, digno de comentar; y en cuanto a lo estatal, en el reino de la política
oportunista, tampoco sucede nada ya que se respira una “calma chicha” (esa
representación artística, de la calma que precede el naufragio).
Así que decidí dedicar este escrito al acontecer mundial,
global: a lo que sucede en Ucrania: ¿una guerra estúpida, como todas las
guerras? Y es que, parafraseando a Camus en La Peste, Cuando estalla una
guerra, la gente dice: Esto no puede durar, es demasiado estúpido. Y sin duda,
cualquier guerra es ciertamente demasiado estúpida, pero eso no impide que
dure. La estupidez insiste siempre, y uno no daría cuenta de ello si no pensara
siempre en uno mismo.
Y lo peor es que la guerra ni es estúpida ni estalló la
semana pasada, sino en el 2014, cuando Moscú se anexó la península de Crimea
tras un sangriento levantamiento que derrocó al presidente de Ucrania. Pero
para comprender cabalmente el suceso, hay que repasar el fracaso de los modelos
de dominación socialista, cuyo paradigma es el caso ruso.
El fracaso de los modelos de dominación socialista
El parte aguas fue ¨la caída del muro de Berlín” y su mayor
lección fue que tratándose de geopolítica, la condición humana oscila entre los
buenos deseos y las restricciones que el control de los cambios impone.
Mientras que la Unión Soviética, China y Cuba debieron su origen a una
revolución socialista, el establecimiento de las “democracias populares” en los
países europeos se debió a:
1. El papel que
comunistas y socialistas desempeñaron frente a la ocupación nazi, junto con el
protagonismo del ejército soviético en la liberación de sus territorios; y
2. La formación de Frentes Nacionales Populares y
antifascistas, lo que después devendría en la constitución de los partidos
comunistas y de los regímenes socialistas.
Sin embargo esto dependía del control del cambio radical, que
muy pronto devino en autoritarismo. El objetivo inicial de conseguir una
sociedad sin clases, suprimiendo la propiedad privada, nunca se alcanzó a
plenitud, ya que en algunos sectores se conservaron las tradiciones, tanto
campesinas como artesanales.
Por otra parte la economía planificada tampoco se dio
planamente; el caso yugoslavo es el más claro exponente de la versión
descentralizada: sólo hay que ver lo que quedó de Yugoslavia.
Lo que se impuso no fue una democracia, en todos los
regímenes socialistas el dominio del partido comunista siempre estuvo fuera de
toda duda: en la mayoría de los casos fue la única organización existente.
En todas estas dictaduras “del proletariado”, aunque en grado
variable, se estableció una política restrictiva de las libertades públicas,
todo en aras del objetivo supremo: la “igualdad”.
Este “socialismo real” incurrió en la deformación de hacerse
eminentemente burocrático y autoritario. Por eso es que fácilmente se
desmoronó: regresó la Rusia de los zares; o más bien, siempre estuvo presente,
aunque disfrazada.
El poder financiero
global
Vladimir Putin es el heredero de un enorme poder
centralizado, depredador y guerrero, que además de defender los intereses
rusos, está empeñado en hacer buenos negocios. Cuando Donald Trump llegó a la
presidencia de los Estados Unidos el poder de Vladimir Putin se incrementó: ambos
coincidían prácticamente en todo.
Y como una prueba contundente de esto último, ahí está Rex
Thillerson, el jefe máximo de la gigante petrolera Exxon Mobil, propuesto por
Trump para secretario de Estado, que no nada más era amigo de Putin, sino
también su socio en un proyecto de 500
mil millones de dólares para perforar en el ártico.
Tillerson, como secretario de Estado, tenía fuertes
conflictos de interés, a pesar de los cuales el Congreso lo aprobó y ejerció el
cargo poco más de un año, cuando fue sustituido por Mike Pompeo. Tillerson tenía una amplia experiencia como negociador con
diferentes gobiernos del mundo. En el año 2013 Putin, le había otorgado la
medalla al Orden de la Amistad.
Lo que quiero subrayar es que hoy en día los rusos no escapan
a la lógica del capitalismo: los negocios lo justifican todo. Y en el caso de Ucrania, que no solamente es
el patio trasero de Rusia, sino una nación rica, riquísima en recursos naturales;
para la nueva oligarquía rusa, encabezada por Putin, se convierte en una zona
estratégica.
Y a todo esto hay que añadir que los norteamericanos, desde
la caída del muro de Berlín, a través de la OTAN, han ido ganando una gran
influencia política y económica en Ucrania, con el garlito de siempre: el
impulso a la libertad y la democracia.
Putin no juega a la
ruleta rusa
A pesar de todo lo que digan el presidente Biden y sus
homólogos europeos, nadie en su sano juicio puede aceptar que sus intereses
sean exclusivamente humanitarios. Lo cierto es que ven a Ucrania como un área
de oportunidad para la expansión de sus negocios.
Prácticamente todos los medios informativos están pintando a
Putin como un loco sanguinario, enfermo de poder y empeñado en la recuperación
del imperio perdido, cueste lo que cueste. Y la verdad es que Putin ni es
estúpido ni hace otra cosa más que lo que los mismos líderes norteamericanos ha
hecho siempre.
Esto me quedo muy claro, tras la lectura del reportaje que
publicó La jornada el pasado 24 de
febrero, en el que el lingüista Noam Chomsky nos hace ver que ni Putin está
jugando a la ruleta rusa; ni Biden es
una hermanita de la caridad.
“Rusia está rodeada de armamento ofensivo de Estados Unidos.
No hay nada de naturaleza defensiva; son todas armas de ataque. El nuevo
gobierno de Ucrania aprobó en diciembre pasado una resolución en que
manifestaba su intención de unirse a la OTAN”.
“Ningún líder ruso, sin importar quién sea, toleraría que
Ucrania, que está en el centro estratégico de sus intereses, se vuelva parte de
una alianza militar hostil”.
Y aquí viene lo más interesante: “Tenemos que imaginarnos,
por ejemplo, cómo hubiera reaccionado Estados Unidos si durante la guerra
fría el Pacto de Varsovia se hubiese extendido a América Latina, y
México y Canadá planearan unirse al Pacto de Varsovia. Desde luego que eso
jamás se materializaría porque al primer intento de hacerlo hubiera seguido una
respuesta violenta de Estados Unidos”.
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