Como ya le he comentado, la lectura de las obras de Max
Weber cambió radicalmente mi apreciación de la política.
Descubrí muchas cosas sorprendentes, un aparato
conceptual novedoso, una metodología más apropiada para
las ciencias sociales; y lo más importante: que el
investigador debe distanciarse del punto de vista propio.
Los valores aparecían como un serio obstáculo para la
objetividad en la investigación social. El politólogo, el
historiador, el economista, deben distanciarse de sus
propios valores para poder avanzar; lo que no significa que
deban renunciar a ellos.
En cambio, aquellos que se dedican al ejercicio de la política
deben actuar con estricta responsabilidad social y siempre
en perfecta correspondencia con su ideología, con sus
valores y con clara consciencia de sus decisiones y actos.
Max Weber nunca se vio a sí mismo como sociólogo, sino
como historiador; para él, la sociología y la historia eran dos
empresas convergentes.
El primer sociólogo de la modernidad
Sin embargo, al final de su vida en 1920, escribió en una
carta al economista Robert Liefmann: "Si me he convertido
finalmente en sociólogo (porque tal es oficialmente mi
profesión), es sobre todo para exorcizar el fantasma todavía
vivo de los conceptos colectivos”. (Wikipedia)
Su obra más reconocida es su tesis de doctorado La ética
protestante y el espíritu del capitalismo, que fue el inicio
de su trabajo sobre la sociología de la religión. Pero su obra
más ambiciosa Economía y sociedad es todo un paradigma
para las ciencias sociales modernas.
Weber argumentó que la religión fue uno de los aspectos
más importantes que influyeron en el desarrollo no sólo del
capitalismo, sino de las culturas occidental y oriental.
Entre sus escritos políticos, La ciencia como vocación y La
política como vocación, son dos conferencias magistrales
que le darían fama mundial.
Weber definió el Estado como una entidad que ostenta
el monopolio de la violencia y los medios de coacción: una
definición que fue fundamental en el estudio de la ciencia
política moderna.
Hacia un protestantismo cero
Para entender cabalmente lo que está pasando hoy en día
en los Estados Unidos, la decadencia del imperio a cargo de
Donald Trump y su mafia plutocrática, es necesario llevar la
lectura de Weber hasta sus últimas consecuencias.
Si bien la ética protestante fue la piedra de toque que llevó
al capitalismo occidental a un éxito económico indiscutible,
su gradual decaimiento, desde una fe estricta hasta su
actual pérdida, probablemente signifique la última etapa del
capitalismo; el capitalismo salvaje.
Sí, el vacío religioso es la verdad última del neoliberalismo.
La obra de Ross Douthat Bad Religion muestra que el
cristianismo evangélico es una herejía, sin conexión real con
el protestantismo clásico.
Donald Trump se dice presbiteriano, sí es de risa; los
presbiterianos eran la secta más radical del calvinismo: eran
austeros, frugales, exigían a sus seguidores que llevaran una
moral estricta tanto económica como moral: lo que dio
origen al progreso.
El boom evangélico de los años setenta, aunque hizo ganar
mucho dinero a algunos de sus líderes y seguidores, trajo
consigo fundamentalmente elementos regresivos: una
lectura literal de la Biblia, una mentalidad anticientífica y, lo
más grave un narcisismo (hedonismo) patológico.
Dios ya no está ahí para exigir, sino para engatusar al
creyente y repartirle bonos e incentivos. Ya sean
psicológicos o materiales.
Día con día Donald Trump se muestra más agresivo, no
tiene llenadera, está llevando el desastre del capitalismo
salvaje hasta sus últimas consecuencias: está tocando
fondo.
Bibliografía: Todd, Emmanuel; La derrota de Occidente;
Akal/A FONDO; México; 2024.
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