La temporada de graduaciones escolares trae consigo una tradición profundamente arraigada en la cultura mexicana: la elección de los padrinos. Sin embargo, especialistas y padres de familia han comenzado a cuestionar el rumbo que esta práctica ha tomado, alertando sobre una creciente tendencia a priorizar lo material por encima del compromiso moral y afectivo que debe representar el papel de un padrino.
“Muchas veces se elige a personas con recursos económicos para que sean los padrinos de nuestros hijos, esperando que lleguen con un regalo costoso, paguen el banquete o simplemente por el prestigio social que proyectan. Pero en realidad, solo aparecen ese día, se toman la foto, se despiden en sus autos y no vuelven a estar presentes en la vida del niño o la niña”, señaló Martha Elena Ruiz, madre de familia y promotora de valores comunitarios en eventos escolares.
La figura del padrino —en su sentido más profundo— representa una extensión de la familia, un acompañante en la formación de vida del ahijado o ahijada, alguien que guíe, aconseje y ofrezca apoyo emocional a lo largo de los años. Sin embargo, la visión contemporánea parece haber desvirtuado ese significado, reduciéndolo a una participación fugaz y superficial.
“El padrino debe ser como otro padre o madre, no una billetera con nombre. Se necesita alguien que esté dispuesto a estar presente, no solo en una ceremonia, sino en los momentos difíciles y decisivos de la vida del joven”, reflexionó la educadora Carmen Bárcenas, con más de 25 años de experiencia en educación básica.
Esta crítica no se limita al ámbito escolar. En bautizos, primeras comuniones y otros eventos religiosos o civiles, el criterio de “tener dinero” sigue predominando sobre el de “tener valores”. La consecuencia, advierten psicólogos y pedagogos, es la pérdida de vínculos afectivos significativos y el fomento de relaciones vacías y desechables.
Organizaciones comunitarias y educativas han comenzado a impulsar campañas de concientización para rescatar el sentido original de esta figura. En algunas escuelas de zonas rurales, por ejemplo, se ha optado por eliminar el padrinazgo de graduación como un acto simbólico, reemplazándolo por "mentores de vida": personas cercanas a la familia que acompañan de forma activa a los estudiantes.
“Más allá del regalo o del traje elegante, el mejor padrino es aquel que se mantiene presente cuando más se necesita. Que escuche, que aconseje, que celebre los logros y ofrezca una mano en los tropiezos. Eso no tiene precio”, concluye Bárcenas.
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