A caballo entre fuentes históricas, bibliográficas y orales, en su libro Serafín Olarte en la Independencia, 1812-1819 (Ediciones Navarra, 2016), el historiador Juan Carlos Santander Ontiveros imbrica la sublevación indígena en el Totonacapan con la memoria colectiva que pervive dos siglos después sobre estos hechos, bajo la leyenda del líder tutunakú, inmortalizado en el título de la ciudad de Papantla, Veracruz.
La obra será presentada por el autor el 15 de septiembre, a las 11:00 horas, en el Museo Teodoro Cano, en el marco de las fiestas patrias del Ayuntamiento de Papantla de Olarte, que contribuyó a su publicación, de ahí que también se hará una donación de ejemplares para la instrucción de la juventud local.
El profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia comenta que esta entrega puede verse como una precuela de su libro Entre vainillales y fusiles: rebelión indígena en el Totonacapan, 1836-1838, centrado en Mariano Olarte, quien años después retomaría la bandera independentista en la región, dejada por su padre.
Ahora, en 268 páginas, Santander Ontiveros sigue a Serafín Olarte, figura que ayuda a situar los dos contextos que explican la lucha independentista en ese territorio.
Por un lado, refiere, está el descontento social que, desde el último tercio del siglo XVIII, estuvo signado por los abusos de los comerciantes, autoridades locales y párrocos en torno a los órdenes político, económico y social de la vida aldeana-comunitaria, expresándose en amotinamientos en Papantla. Y, por el otro, la disputa por el ejercicio de la autoridad al interior de la República de Indios.
Las tensiones estallaron una vez más en Papantla, en el contexto de la insurgencia iniciada en 1810; pero fue hasta junio de 1812, que los totonacos tomaron la alcaldía mayor, liderados por Serafín Olarte. El motivo fue el desacuerdo en las elecciones del gobernador indígena, en las que contendió contra Antonio Pérez Ticante. La gente de Olarte quemó uno de los barrios habitado por los simpatizantes de este último.
Santander piensa que, siete años más tarde, cuando fue capturado y herido de muerte, posiblemente, por gente de Pérez Ticante, y después “cortado en cuartos” según el informe militar, una de las extremidades del cuerpo de Serafín Olarte fue llevada al barrio del Zapote, donde “había cometido sus fechorías”.
Por escarmiento del delito de sedición, sus miembros fueron expuestos a la vista pública. Cuenta la leyenda que, burlando a los soldados realistas, una mujer se acercó a la cabeza decapitada del héroe, para colocarle un distintivo religioso. En adelante, este sitio sería conocido como “La Cruz Chiquita”.
Según el investigador, son mínimas las referencias dejadas por el personaje, solo existe un manuscrito de 1814, en el que Olarte pide abastecimiento militar. Por ello, el estudio implicó una reconstrucción del contexto histórico, mediante testimonios ubicados en los fondos militar y judicial del Archivo General de la Nación, así como en la Gaceta del Gobierno de México, cuyos tomos se localizan en la Hemeroteca Nacional.
El libro transcurre en el bastión insurrecto de Cuyuxquihui, área estratégica desde inicios del virreinato: “Los insurgentes totonacos, mestizos y mulatos del Totonacapan y las Huastecas pronto se organizaron en campamentos en la selva y las serranías, controlando los caminos, interceptando los correos y practicando incursiones guerrilleras desde la selva hacia la sierra o la costa.
“Como ha dicho el investigador de la Universidad Veracruzana, Michael T. Ducey, se trató de una guerra social porque comprometía a todas las comunidades y familias. Una insurgencia basada en el conocimiento del terreno, la guerra de guerrillas y en una amplia red de espionaje, en la que participaban mujeres y niños”, manifiesta.
El historiador detalla que el comandante realista Carlos María Llorente hizo observaciones sobre la organización de estos insurgentes, quienes obtuvieron el reconocimiento de los líderes de la Sierra Norte de Puebla y los Llanos de Apan, al mando de José Francisco Osorno.
A su vez, “en la costa mantuvieron contacto con la comandancia de Guadalupe Victoria, con arrieros y tratantes extranjeros, principalmente estadounidenses; organizaron fortines clandestinos para el desembarco de armas, el comercio de vainilla y tabaco; apoyaron las operaciones insurgentes para romper las comunicaciones del eje Veracruz-Xalapa-Perote, etcétera”, abunda.
Pese a los fuertes golpes realistas y a la propaganda triunfalista del gobierno, los insurgentes del Totonacapan y las Huastecas no fueron derrotados por completo, pues, en 1820, con la promulgación de la Constitución española, los totonacos dejaron las armas por voluntad propia.
Santander concluye que Serafín Olarte en la Independencia es también una proximidad a cómo se construyó su imagen historiográfica en la memoria y el mito en la región, revisando lo escrito por Carlos María de Bustamante y Lucas Alamán, en el siglo XIX, quienes influyeron en el compendio de Margarita Olivo Lara, Biografías deveracruzanos distinguidos, en la década de 1930, del que devino buena parte de la leyenda moderna.